No tengo sino gratitud hacia todos y cada uno de los históricos 9016. La melancolía, el desenfado, la nostalgia y la querencia son un caldo místico de las relaciones humanas sinceras, duraderas o, al menos, imborrables. Y no tienen que ver con la edad cronológica, sino con lo que haces con esfuerzo, con cariño y deseos de trascender tus propios miedos y fantasmas del pasado-presente.
Sólo en un espacio de criterios tan disímbolos como universales, aunque abandonado por los poderes fácticos, como la UNAM, pueden fraguarse vínculos desinteresados como los que hemos vivido en estos últimos meses: nuestro común denominador es y será el asalto a nuestro sueño personal y colectivo. Ese sueño que te demanda, te desvela, te hace llorar y reir, te acerca a los límites de tus hábitos, pero te aleja de la modorra mental que creías ya aposentada en tu cómodo lecho cotidiano del conformismo y la medianía.
Qué reconfortante ver y convivir con jóvenes guerreros que no renuncian a su sueño y a su modo retan con desenfado la actual y monumental crisis de todo tipo. Y más aún, saber que tu nostalgia no tiene que ver con lo que dejaste de hacer, sino cómo vas a enfrentar lo que sigue para no quedarte en el limbo como el de la Selección Internacional de las televisoras: ¡Jugaron como nunca... y perdieron como siempre!
El plumaje de los 9016 no es de esos. El de muchos mexicanos no lo es. Sobre todo cuando disfrutamos la cátedra de profes como Ponce, Rivas, Pilar y los que con esfuerzo intentan, como nosotros, aprender y enseñar (menos su cheque indigno de $400 duros).
Y, sin embargo, nos movemos y coincidimos cada sabadito. Esa sí es una Selección de cuates que no cambiarán el mundo, pero sí la mirada propia y... la de tu entorno.
Arriba y adelante mosqueteras (os).
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